Museo guggenheim bilbao por dentro

Museo guggenheim bilbao por dentro online

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El museo de Bilbao forma parte de la red Guggenheim, que incluye galerías de arte en Nueva York, Venecia y Abu Dhabi. Abierto al público el 18 de octubre de 1997, el edificio del museo, diseñado por el arquitecto estadounidense de origen canadiense Frank O. Gehry, es mundialmente conocido por sus fachadas orgánicas revestidas de titanio y por ser uno de los factores clave del “renacimiento” de Bilbao y de la transformación de la ciudad, que pasó de ser un empobrecido centro industrial y portuario a uno de los destinos culturales y de ocio más populares de España.

La idea que subyace a la creación del Guggenheim Bilbao es que es posible rejuvenecer una ciudad mediante un gran proyecto cultural, desarrollado a través de la colaboración entre una institución pública (el Gobierno Vasco) y una organización privada (la Solomon R. Guggenheim Foundation), la parte pública aportando la financiación y el emplazamiento del museo, mientras que la parte privada aportando la gestión y un grupo de obras de arte en préstamo para formar el núcleo de la colección del nuevo museo. Un tercer punto fue la selección de un aclamado arquitecto contemporáneo (Frank Gehry en este caso) para crear un edificio lo más icónico posible y apto para convertirse en el “sello” de la nueva institución. El resultado fue tan positivo que se acuñó el nuevo término Efecto Bilbao para indicar la capacidad de influir positivamente en una economía local debilitada mediante la creación de una gran institución cultural.

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Una vez dentro del vestíbulo, los visitantes acceden al Atrio, el verdadero corazón del Museo y uno de los rasgos característicos del diseño arquitectónico de Frank Gehry. Con volúmenes curvos y grandes muros cortina de cristal que conectan el interior y el exterior, el Atrio es un amplio espacio inundado de luz y cubierto por un gran lucernario. Los tres niveles del edificio se organizan en torno al Atrio y se conectan mediante pasarelas curvas, ascensores de titanio y cristal, y escaleras. El Atrio, que también es un espacio de exposición, funciona como eje de las 20 galerías, algunas de ellas de forma ortogonal y proporciones clásicas y otras de líneas orgánicas e irregulares.

El juego con diferentes volúmenes y perspectivas genera espacios interiores en los que el visitante no se siente agobiado. Esta variedad ha demostrado su enorme versatilidad en las manos expertas de los comisarios y diseñadores de exposiciones, que han encontrado el ambiente ideal para presentar tanto obras de gran formato en soportes contemporáneos como muestras más pequeñas o íntimas.

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Todo había parecido tan encantador, tan inocente. Y sin embargo, días antes de la inauguración del emocionante Museo Guggenheim Bilbao de Frank Gehry en octubre de 1997, un grupo de separatistas vascos que se hicieron pasar por jardineros plantaron una docena de granadas teledirigidas en macetas en las patas de Puppy, una escultura topiaria de 43 pies de altura de un West Highland Terrier del artista estadounidense Jeff Koons. La escultura pretendía ser un complemento ingenioso y simpático a las sensacionales curvas revestidas de titanio del museo de 100 millones de libras (164 millones de dólares) que se levanta en los viejos muelles del antiguo puerto vasco frente al turbulento Golfo de Vizcaya, a 200 metros (322 km) al norte de Madrid.

La idea de ETA (Euskadi Ta Askatasuna, o Patria Vasca y Libertad) había sido hacer estallar las granadas en la noche del 18 de octubre de 1997, destruyendo Puppy y, de paso, matando al Rey Juan Carlos I y a la Reina Sofía de España durante la ceremonia de inauguración. La policía local frustró el complot, aunque no sin un tiroteo con los “jardineros” de ETA que dejó un agente muerto.

El Guggenheim Bilbao fue acusado por sus detractores vascos de ser un símbolo del imperialismo. Pero, más que ningún otro edificio en esta región del norte de España, que lleva mucho tiempo en disputa, prometía traer no sólo arte y cultura, sino inversiones y millones de visitantes a una ciudad portuaria que llevaba mucho tiempo de capa caída. ¿Funcionó? Vaya si lo hizo. Frank Gehry, el brillante y a menudo exuberante arquitecto californiano, había dado forma a un edificio que entusiasmó a gente de todo el mundo, entre ellos críticos, políticos, economistas y colegas artistas. Pagado por el gobierno vasco, generó suficientes ingresos en sus primeros cuatro años para amortizar su coste de construcción. Desde entonces, ha dado beneficios.

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