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Según el historiador del arte Antonio Palomino, Pedro de Obregón recibió inicialmente clases de Vincenzo Carducci, y se convirtió en uno de sus mejores alumnos, imitando al maestro en el dibujo. Palomino afirma que pintó muchos cuadros para particulares y pocos para el público, aunque algunas obras notables son una Santa Trinidad para el convento de la Merced Calzada de Madrid, y San Joaquín y Santa Ana, encargada por la Iglesia de Santa Cruz, también de Madrid. Estas piezas se perdieron, pero destaca la Aparición del Niño Jesús a San Antonio, fechada en 1633, en el convento de Santa Clara de Villacastín.
La documentación indica que también realizó grabados, uno de ellos un Santo Domingo en Soriano realizado a partir de un dibujo de Alonzo Cano, y el otro una pequeña obra con una mujer sentada pintando. Existe además un grabado también atribuido a él que fue regalado a Carlos II y Mariana de Austria, firmado Pº Obregón.
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Pintor español nacido en 1614 en Madrid (bautizado el 3 de agosto en la parroquia de San Torcuato de Santorcaz) y fallecido el 12 de octubre de 1676 (fue enterrado el 23 de diciembre en San Felipe el Real). Ya en el siglo XVII era uno de los pintores españoles más famosos, y debía su gran prestigio artístico y su bienestar económico a su singular habilidad en la representación de cestas, jarrones y guirnaldas de flores. Si bien ya Juan Van der Hamen y Juan Fernández el Labrador habían pintado jarrones en los años veinte y treinta del siglo XVII, es Juan de Arellano (y su producción artística, de la que existen ejemplos firmados y fechados a partir de los años cuarenta) quien debe ser considerado el primer (y más eficaz) especialista en la pintura de flores en España.
El hecho de que Arellano mantuviera durante más de 40 años una de las más importantes y populares pastelerías de pintura pública en Madrid, donde trabajaron, además de muchos pintores actualmente desconocidos, también su yerno Bartolomé Pérez y su hijo José de Arellano, demuestra la fama y el prestigio de los que disfrutó Arellano ya en vida. Llegó a ser el pintor de jarrones más solicitado por encargo en la España del siglo XVII, y también trabajó para muchas iglesias de Madrid. Antonio Ponz menciona unos niños, pájaros frutos y flores pintados en espejos para la sacristía de San Jerónimo.
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Si quieres una buena emoción, diversión y consternación, mírate en el espejo. Este secreto lo conocen las chicas rusas que adivinan la suerte en la víspera de la Epifanía. Los espejos son fronteras entre la vida y la muerte, la verdad y la mentira, la realidad y la ilusión. No nos hemos asustado y hemos elegido siete espejos pintorescos e inusuales a los que merece la pena echar un vistazo. Son espejos que dan más preguntas que respuestas. Protegen sus secretos. Uno se siente incómodo y a veces alegre al mirarlos.
Preparada para la profecía y la fábula,Hizo lo que la enfermera le aconsejóY en la casa de baños tenía una mesaEsa noche, en secreto, preparada para dos;Entonces el miedo repentino atacó a Tatyana…Yo también -cuando recuerdo a SvetlanaMe aterrorizo- así que déjalo estar…Los ritos de Tatyana no son para mí.(A. S. Pushkin. Eugene Onegin. Capítulo V. Traducido por Charles H. Johnston)
Este cuadro está repleto de detalles que probablemente eran comprensibles para el cliente del cuadro y sus contemporáneos, pero que provocan interpretaciones contradictorias al cabo de los siglos. Uno de esos detalles es el espejo del fondo de la habitación, decorado con medallones que representan la Pasión de Cristo. A la izquierda (desde el lado del hombre), los acontecimientos del medallón representan episodios que tuvieron lugar antes de la muerte de Cristo, a la derecha (desde el lado de la esposa), lo que ocurrió después de su muerte. Esto es un argumento a favor de la teoría de que el retrato fue encargado a van Eyck por un marido inconsolable en memoria de su esposa fallecida. Por otra parte, el propio espejo es un símbolo de la Virgen y de la integridad de la novia: una evidencia para el hecho de que el cuadro es un retrato de boda (o el comerciante Giovanni di Nicolao Arnolfini quería que el retrato póstumo de su esposa se realizara como una escena de boda).El espejo refleja a dos hombres que entran en la habitación. Uno de ellos, el de azul, puede ser el autorretrato de Van Eyck. Puede ser la razón por la que el artista escribió “Johannes van eyck fuit hic” encima del espejo, que suele traducirse como “Jan van Eyck estuvo aquí” (la lectura de esta frase también tiene varias versiones al igual que su traducción).
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Título:La visión de San Francisco de PaulaArtista/Fabricante:Bartolomé Esteban Murillo (español, 1617 – 1682)Cultura:EspañolaFecha:alrededor de 1670Medio:Óleo sobre lienzoNúmero de objeto:2003.144Dimensiones:188 × 146 cm(74 × 57 1/2 in.)Marca(s):Verso: superior izquierdo, etiqueta rectangular blanca con bordes dentados, escrita en negro: “9. “Inscripción(es):Superior izquierda: “CHA / RI / TAS”; Verso: arriba a la derecha, en negro: “463A “Departamento:PinturasClasificación:PinturasTipo de objeto:Pintura
Descripción del objetoEsta pintura representa la visión celestial de San Francisco de Paula (1416-1507), fundador de la Orden de los Mínimos, una orden religiosa comprometida con la abstinencia perpetua y los actos de humildad. El santo experimenta una visión en la que la palabra “Charitas” (que significa Caridad) aparece en una aureola de luz dorada, acompañada de querubines. La palabra se convirtió en el lema de los Mínimos, y aparece en el escudo heráldico de la orden.En el fondo, el santo aparece de nuevo de pie en una orilla con dos compañeros arrodillados. Esta escena en la distancia se refiere a un milagro en el que Francisco calmó un mar tempestuoso y transportó a los hombres a través del Estrecho de Messina sobre su capa, después de que se les negara el paso en un barco.El tema de la pintura no debe considerarse simplemente en términos de sus elementos visionarios y narrativos, sino como una representación de la fe misma encarnada por San Francisco de Paula. Anciano y con barba, va humildemente vestido y parece llevar el peso de su vocación sobre su delgado bastón. Contempla el mensaje que llevan las huestes celestiales con una mirada de reverente temor y de obediente aceptación. La sencillez de la ambientación, la sobriedad de la tonalidad, la soltura de la pincelada y la armonía de la presencia material y divina, son coherentes con el estilo tardío de Murillo y contribuyen a transmitir una escena de apasionado atractivo espiritual.
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